Portada  |  14 julio 2021

Minorías: Personas con vitíligo

Fueron 24 capítulos de Minorías, una sección que nos abrió los ojos, que se adentró en incontables experiencias, vidas, temores, miradas. En éste, el último capítulo, nos pusimos en los zapatos de personas con vitíligo.

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Conviven con despigmentaciones en la piel, que han comenzado años atrás. Algunas de sus manchas fueron creadas por situaciones de stress y preocupación, otras desde nacimiento. Pero, más allá de cuando se originaron, dichas marcas en sus rostros, manos y cuerpo relatan una inmensidad de historias, transmiten grandes enseñanzas.  

Hay quienes desearían vivir al menos un día sin vitíligo, sin señalamiento, sin discriminación. Otros no, ven a la despigmentación como algo que los hace únicos, que los fortaleció. Y las historias varían en edades y géneros.

Ana, de 10 años, sufre discriminación en el colegio. Sus compañeras la han apartado, diciéndole que no querían jugar con ella por sus manchas y comparándola con animales. Eso duele, y más en una nena de tan corta edad. Pero los años no siempre determinan la madurez, Ana es sumamente consciente de que no hay nada que deba esconder, y que tiene derecho a ser respetada en cada ámbito al que concurre.  

Alanis, durante la adolescencia, intentó tapar sus marcas maquillándose todo el cuerpo. Pero hoy su actitud es distinta, libre. Es modelo, y con orgullo se muestra tal cual como es. Comprendió que aquella personalidad y elección de vida la hace distinta, especial.

Delfina, de 23 años, también intentó en su momento ocultar el vitíligo. Pasó por distintos tratamientos y llegó a operarse para recibir injertos de piel. Hoy intenta abrazarse, celebrar su unicidad. 

Ruben, de 60 años, acepta que el vitíligo hoy por hoy lo condiciona. No puede quedarse en malla, ir a la playa, o sacarse la remera en un gimnasio. Describe su adolescencia con dolor, recuerda irse de reuniones sociales y boliches. Porque pesó y pesa la mirada del otro. Le llegaron a decir “payaso” y “manchado”, lo señalaron incontables veces en la calle.  

Varios de ellos incursionaron en tratamientos que resultaron dañinos, falsas esperanzas. Ariel, por ejemplo, debió soportar quemaduras de segundo grado luego de que un dermatólogo le recomendara exponerse al sol. Sus manchas crecieron, y ardieron. Algunos incluso llegaron a ser interceptados en la vía pública por personas desconocidas, que ofrecían una diversidad de “productos salvadores”.  

Y claramente, aquellos productos no era lo que necesitaban. Precisaron otra respuesta, fundamental, que tiene que ver con la mirada empática, con el respeto.  

Éste, como cada uno de los 24 capítulos de Minorías, sacudió nuestros prejuicios, intentó con éxito despertarnos del letargo de la indiferencia. Por meses, distintas personas se animaron a exponer sus experiencias más íntimas, sus temores más profundos, sus sueños más anhelados. Quizá ellos no lo notaron, pero nos regalaron manuales de vida, para que aprendamos a incluir, a enriquecernos con las diferencias, a introducirnos en el lenguaje y valores ajenos. Comprendimos que, aunque no nos demos cuenta, un otro puede estar transitando situaciones y sentimientos sumamente complejos. Y frente a eso, la peor y más triste elección es la insensibilidad, la risa sarcástica, el señalamiento repentino, la penosa vulgaridad. 

Acaso, luego de estos 24 capítulos, nuestros ojos se abrieron un poco más, nuestra sonrisa se tornó más amable, nuestras miradas, más comprensivas. Y eso, ¿qué cambia? La vida nos cambia. La vida nos cambia.  

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