Portada  |  25 noviembre 2020

"Tocar a Dios": La inmortalidad de Diego Armando Maradona. Por Héctor Emanuele

En el año 86 estaba terminando el Colegio y soñaba con ser periodista. Con los compañeros de la promo vivimos un año excepcional, no solo por ser el último del secundario sino porque además fuimos campeones del mundo y eso marcó parte de nuestra propia historia.

Córdoba

Pero había algo más, ese plus era  Diego Armando Maradona, no solo nos había hecho ganar el Mundial,  también nos había vengado de la mejor manera con los ingleses, primero con la “Mano de Dios”, ilegal, tan ilegal  como la usurpación de nuestras Islas Malvinas y segundo, haciendo el gol más bello de la historia de los mundiales, justamente a ellos, los Británicos, los inventores del futbol.

Para todos los que nos gusta el futbol y sentimos la camiseta,  desde ese momento,  Diego es inmortal.

Pasaron los años, conquiste mi sueño y en el rol de periodista me tocó en suerte entrevistarlo en varias oportunidades, recuerdo que vino a la Posada del Quenti, a poco de conocerse su adicción a la cocaína, otra vez lo visitó a David Nalbandian en Unquillo y la última vez en la  que pude estar mano a mano fue en el 2009 cuando, como Técnico de la selección, vino a Córdoba a enfrentar al seleccionado de Ghana en un amistoso previo al Mundial 2010.

Era el 30 de setiembre, Diego estaba cuestionado por la clasificación agónica ante Perú, vino a nuestra ciudad con un seleccionado local donde la figura era Martin Palermo. En las radios se decía, en la previa,  que el Estadio no se iba a llenar y que el equipo no enamoraba,  menos aún sin Messi y el resto de las figuras internacionales.

Nada de eso sucedió, el por entonces Chateau Carreras se llenó, Argentina ganó y la fiesta fue completa con dos goles de Palermo, que ratificaba en Córdoba su boleto a Sudáfrica.

Hasta aquí les he contado algo parecido a la crónica de cualquier periodista pero el título de esta columna es “Tocar a Dios” y ahora paso a explicar porque me invadió esa sensación.

Terminó el partido y una maraña de periodistas porteños acreditados para estar en la cancha lo rodeo en el campo de juego, nosotros estábamos en el palco de prensa y suponíamos que después iba a haber una conferencia de prensa. Cuando estabamos bajando hacia los vestuarios nos damos cuenta que todos los jugadores subían al colectivo y que Diego, enojado, no iba a hablar más.

El “Loro” mi camarógrafo me miró y sin hablar, para que nadie se avive, nos subimos al auto del canal y decidimos seguir al colectivo hasta el aeropuerto. En el camino puteabamos porque no teníamos la nota. A esa altura, cuando el resto de los colegas habían tirado la toalla, nosotros nos conformábamos solo con la imagen de Maradona partiendo de Córdoba

La primera sorpresa fue que entramos al aeropuerto y no había controles, los efectivos de la PSA solo querían ver al ídolo, nadie nos dijo nada y estacionamos como en la vereda de nuestras casas detrás del colectivo.

Cuando bajó Maradona rápidamente un miembro de seguridad de su equipo se nos avalanzó encima y nos dijo, de muy mala forma, que Maradona no hablaba.

Pero la suerte, siempre hay que tener un poco de suerte en estas coberturas, premió nuestro esfuerzo y el mismo Diego levantó la Mano, la misma con la que le hizo el gol a los Ingleses y dijo “dejalos pasar”.

Desde la escalera del colectivo hasta el ingreso al embarque caminamos al lado hablando de futbol, en definitiva haciendo la nota. Hoy, con el tiempo no importa que dijo, eligió hablar con nosotros para saludar a Córdoba.

Lo que nunca voy a olvidar es la sensación de caminar a la par de un tipo que para la inmensa mayoría es el mejor del mundo.

Estaba  al lado y  no me alcanzaba con saber que él estaba hablando conmigo, a cada paso y a cada palabra de Diego, el guardaespaldas me decía al oído, “lo tocas y se termina la nota” “lo tocas y se termina la nota” A mi se me iba el brazo izquierdo, necesitaba abrazarlo y no podía. En la derecha llevaba el micrófono pero la zurda tenía vida propia vibraba con un deseo irrefrenable de apoyarse en el hombro del 10.

El magnetismo era impresionante, necesitaba tocar para creer.

Todo eso duró no más de dos minutos y fue inolvidable, no por la nota, sino porque desde ese día me quedé pensando en lo difícil que debe haber sido vivir siendo Maradona. Amado y odiado, venerado y denostado.

Cualquier parecido con Dios es pura coincidencia.

Como dice la canción de las Pastillas del Abuelo “muchas gracias señor Dios, muchas gracias señor 10.

 

 

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