Portada  |  09 junio 2021

A 65 años de los fusilamientos de José León Suárez, la Argentina ilegal del post-peronismo

El 9 de junio de 1956 en los basurales de José León Suárez, en el partido de General San Martín, Buenos Aires, comenzaba el país una espiral de violencia sin registro histórico: se fusilaba en Argentina sin proceso ni jueces. Fueron 12. Seis meses más tarde, Rodolfo Walsh escuchará en un bar: “Hay un fusilado que vive”…

Informes especiales

El periodista será quién con metódico y valiente ejercicio investigativo saque a la luz lo sucedido en esa jornada donde se le disparó a civiles desarmados, en represalia por la resistencia de un grupo de oficiales del Ejército, encabezados por el leal General Juan José Valle, a la dictadura que desalojó a Juan Perón del gobierno. Se autoproclamó al golpe como “Revolución Libertadora”; se la conocería desde aquella violencia contra el pueblo, como “Revolución Fusiladora”.


El fusilado que vive, Juan Carlos Livraga, le cuenta a Walsh lo sucedido. “Miro esa cara, el agujero en la mejilla, el agujero más grande en la garganta, la boca quebrada y los ojos opacos donde se ha quedado flotando una sombra de muerte. Livraga me cuenta su historia increíble; la creo en el acto ”, dirá el célebre escritor, desaparecido en la dictadura del ´76. Lo convertirá en denuncia en “Operación Masacre”.


Por anomalías de la política argentina, a los leales al gobierno constitucional del depuesto presidente Perón se los acusó de “sublevados”. 18 de esos militares democráticos fueron fusilados, otros 18 civiles sufrirán el mismo martirio.


Los hechos en el basural:
Los detenidos fueron obligados a bajar a punta de pistola y caminar hasta el basural, iluminado por los faros de los vehículos policiales. Cuando es evidente que van a matarlos, Norberto Gavino salió corriendo mientras decía a Nicolás Carranza que había que huir. Carranza, muy corpulento para correr, suplicó por sus hijos, segundos antes de que lo maten. Los detenidos corrieron en todas direcciones, mientras que los policías disparaban. Rogelio Díaz logró escabullirse del camión sin ser visto y desapareció. Livraga, Horacio Di Chiano y Miguel Ángel Giunta se tiraron al piso y se hicieron los muertos. Francisco Garibotti fue alcanzado por los disparos y cayó muerto. Giunta aprovechó para salir corriendo y logró escapar. Mario Brión tenía una polera blanca que facilitó su asesinato por la espalda mientras corría. Troxler,
Cuando la balacera cesó, uno de los jefes de la masacre caminó entre los cuerpos para rematar al que estaba vivo; Livraga parpadeó y fue su perdición: de los tres tiros, uno le rompió la naríz, otro le atravesó la mandíbula y el tercero de dio en un brazo. Lo dieron por muerto, pero consiguieron sobrevivir - luego de un calvario -, para dar su testimonio y que Rodolfo Walsh escribiera el primero de sus dos emblemáticos libros de investigación (el otro será “¿Quién mató a Rosendo?”).


Luego de aquella rebelión que encabezara contra la dictadura de Lonardi-Aramburu, el General Valle fue sentenciado a morir fusilado. Horas antes escribe su carta de despedida y protesta:
“Dentro de pocas horas usted tendrá la satisfacción de haberme asesinado. Debo a mi Patria la declaración fidedigna de los acontecimientos. Declaro que un grupo de marinos y de militares, movidos por ustedes mismos, son los únicos responsables de lo acaecido ”(…)” Entre mi suerte y la de ustedes me quedo con la mía. Mi esposa y mi hija, a través de sus lágrimas verán en mí un idealista sacrificado por la causa del pueblo. Las mujeres de ustedes, hasta ellas, verán asomárseles por los ojos sus almas de asesinos. Y si les sonríen y los besan será para disimular el terror que les causan. Aunque vivan cien años sus víctimas les seguirán a cualquier rincón del mundo donde pretendan esconderse. Vivirán ustedes, sus mujeres y sus hijos, bajo el terror constante de ser asesinados. Porque ningún derecho, ni natural ni divino, justificará jamás tantas ejecuciones”.

 

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